[1] Escrito redactado a petición de la “Asociación cultural Artemisa para
el desarrollo de los valores femeninos”.
La polaridad masculino/femenino forma parte insoslayable de la polaridades que constituyen toda la realidad. No tiene un significado meramente sexual, sinó que se imbrica en el entramado de todo lo existente en el que se desdobla la Unidad del Ser. Así se recoge en las grandes tradiciones: el Sol como principio masculino cósmico y la Luna como femenino; en la Índia, Purusha y Prakriti o también Shiva y Shakti; en China el Yin i el Yang. Es la expresión de dos tendencias antagónicas y complementarias cuya interrelación constante da lugar a todos los fenómenos. Así, el Yin, principio femenino, es receptivo, terrestre, nocturno, contractivo, húmedo, penetrable etc. Y el Yang, principio masculino, es activo, creativo, celeste, diurno, expansivo, seco, penetrante, etc.
En ese nivel no hay el más mínimo componente de valor: un extremo de la polaridad no es superior ni más importante que otro, ni tiene sentido el uno sin el otro. El Tao nos dice que nada es totalmente Yin ni totalmente Yang. Estas dos energias dinamizan y estructuran todo lo existente. Aunque tienen cualidades antagónicas, no son principios contrarios sino complementarios, tal como se ve en el famoso símbolo del Tao: se interpenetran dinámicamente, dependen el uno del otro e incluso pueden transformarse el uno en el otro.
Una manifestación de esa polaridad originaria es la sexuación biológica. En lo relativo a lo humano, hombre y mujer simbolizan, respectivamente, la disyunción yin-yang. Esta sexuación biológica tiene su correspondiente reflejo psicológico, ya que cuerpo y psique no son dos sustancias separadas. Lo femenino y masculino humanos son un reflejo de lo femenino y masculino cósmicos.
La polaridad masculino/femenino forma parte insoslayable de la polaridades que constituyen toda la realidad. No tiene un significado meramente sexual, sinó que se imbrica en el entramado de todo lo existente en el que se desdobla la Unidad del Ser. Así se recoge en las grandes tradiciones: el Sol como principio masculino cósmico y la Luna como femenino; en la Índia, Purusha y Prakriti o también Shiva y Shakti; en China el Yin i el Yang. Es la expresión de dos tendencias antagónicas y complementarias cuya interrelación constante da lugar a todos los fenómenos. Así, el Yin, principio femenino, es receptivo, terrestre, nocturno, contractivo, húmedo, penetrable etc. Y el Yang, principio masculino, es activo, creativo, celeste, diurno, expansivo, seco, penetrante, etc.
En ese nivel no hay el más mínimo componente de valor: un extremo de la polaridad no es superior ni más importante que otro, ni tiene sentido el uno sin el otro. El Tao nos dice que nada es totalmente Yin ni totalmente Yang. Estas dos energias dinamizan y estructuran todo lo existente. Aunque tienen cualidades antagónicas, no son principios contrarios sino complementarios, tal como se ve en el famoso símbolo del Tao: se interpenetran dinámicamente, dependen el uno del otro e incluso pueden transformarse el uno en el otro.
Una manifestación de esa polaridad originaria es la sexuación biológica. En lo relativo a lo humano, hombre y mujer simbolizan, respectivamente, la disyunción yin-yang. Esta sexuación biológica tiene su correspondiente reflejo psicológico, ya que cuerpo y psique no son dos sustancias separadas. Lo femenino y masculino humanos son un reflejo de lo femenino y masculino cósmicos.
También en en el
hombre y la mujer están presentes ambos principios, aunque en diferente grado.
Dicho de otro modo, en todo hombre hay una mujer y en toda mujer hay un hombre.
El padre de la “psicología profunda”, Carl Gustav Jung denominó “animus” a la
dimensión masculina interior de la mujer y “anima” a la dimensión femenina
interior del hombre: “Una mujer muy
femenina tiene un alma masculina, un varón muy masculino tiene un alma femenina
(...) cuanto más masculina es la actitud externa, tanto más están eliminados de
allí los rasgos femeninos; de ahí que éstos aparezcan en el insconsciente(...)
En el alma la relación se invierte, el varón siente hacia dentro, la mujer, en
cambio, reflexiona”. Para Jung la mayor fuerza externa o fuerza yang del hombre se corresponde la una
mayor fuerza interior o fuerza yin en
la mujer: mayor paciencia, aguante o resistencia. La apariencia más intelectual
del hombre, su mayor gusto por el análisis, la teoría y la especulación (que a
veces se ha tratado de justificar como una supuesta superioridad intelectual sobre
de la mujer), se corresponde con una mayor sabiduría yin, profunda, intuitiva en la mujer.
Una mujer que se
encuentre totalmente identificada con su femenino externo y se haya
desconectado de su interior masculino no será más femenina, al contrario, su
feminidad se expresará de forma inmadura. Lo mismo que un hombre que no
reconozca ni esté en contacto con sus cualidades femeninas, manifestará una
virilidad superficial y desequilibrada. Cuando las cualidades femeninas y
masculinas no están compensadas con su contraparte, se desequilibran y se
tornan destructivas.
Los valores femeninos en nuestra época
Nuestra cultura, que
podemos calificar de postmoderna, se caracteriza por haber cuestionado y dejado
atrás muchos de los rígidos roles de género que limitaban el ser de las
mujeres. Lo que antes se invocaba como “naturaleza” –y por tanto, destino universal
e insoslayable- ahora se ve como un constructo cultural que puede ser cambiado,
moldeado y elegido. A veces, sin embargo, se ha exagerado esta visión
concluyendo que, como todo es un constructo, pues todo es relativo y no hay
cualidades ni diferencias. También se han construido discursos que alimentan el
revanchismo y el resentimiento al enfatizar únicamente las constricciones que
los roles de género tradicionales han impuesto a lo largo de la historia sobre
las mujeres; sin embargo, al hacer del victimismo su definición esencial de lo
femenino, le sustrae toda responsabilidad y por ende su complemento
indisociable: la libertad.
Nuestra propuesta se
basa no tanto en la deconstrucción todos los valores de nuestra época,
incluyendo los femeninos y masculinos, sinó en desarrollar las expresiones
positivas de las cualidades que muestran estos valores. Estamos comprometidas
con nuestra evolución como personas y mujeres, por eso queremos trabajar
nuestra relación con las mejores características de nuestro género para ir más
allá, hacia nuestra plenitud humana. Abrazamos y tomamos en cuenta tanto
nuestra base biológica como nuestro condicionamiento cultural, cualquier
aspecto de lo que signifique ser mujer y de lo que pueda llegar a ser, sin
apegarnos a ningún esencialismo para llegar a expresar nuestra humanidad más
elevada en tanto que mujeres.
El compromiso con
nuestro desarrollo comprende tanto la transformación como la traslación. Tanto
hombres como mujeres evolucionamos a través de las mismas estructuras, aunque
con las características propias de cada género. La traslación es un movimiento
horizontal dentro de un nivel conciencia dado, en el que las mujeres tendemos a
la comunión y los hombres hacia la individualidad. En la transformación hay dos
impulsos verticales: eros y agape. Los hombres tienden hacia Eros, la libertad,
una verticalidad ascendente, y las mujeres hacia Agape, la plenitud, una verticalidad descendente que todo lo abraza. Dentro de
la traslación horizontal valoramos las versiones sanas de la individualidad que
vemos en los hombres, tales como la auto-estima y la responsabilidad; y
deploramos sus versiones insanas de esa tendencia masculina a la individualidad
todavía tan presentes en nuestro mundo: la rigidez, la alienación, la noción de
un “yo” masculino hiperagresivo, el miedo al compromiso, etc. También
rechazamos las versiones insanas de Eros, que, en lugar de la libertad, manifiesta la represión, la contracción y el miedo. Nosotras tratamos de tomar
conciencia de las versiones insanas de nuestra tendencia femenina, como la
incapacidad de reconocernos, de desarrollar nuestras autoestima, o de quedarnos
atrapadas en las relaciones por confundir la comunión con una fusión
indiferenciada por olvido de nuestra individualidad. Nuestro compromiso estiba
en desarrollar los principios femeninos más sanos, los que tienden a la
relación, el flujo, el respeto y la compasión.
Hacia el desarrollo de los valores
femeninos
Según Mónica Cavallé[2],
una deducción analógica basada en la ley de la semejanza a partir de los
principios Yin y Yang nos permite hacer una descripción sumaria de lo que
serían las cualidades y los valores específicamente femeninos y masculinos
Cualidades y valores masculinos
|
Cualidades y valores femeninos
|
La
exteriorización
|
La interiorización y el repliegue
|
La
dureza y la inflexibilidad
|
La receptividad y la ductilidad
|
El uso
de la fuerza entendido como la aplicación de la energía hacia el exterior
|
El uso
de la fuerza concebida como resistencia, paciencia y aguante
|
El
avance lineal orientado hacia un logro o hacia una meta externa
|
El avance no visible ni cuantificable,
entendido como ahondamiento en lo mismo
|
El
dominio a través de la fuerza, de la acometividad y de la exclusión
|
La
síntesis o la tendencia a incluir lo diverso
|
La
competitividad
|
La cooperación y
la sinergia: la armonía colaboradora entre las partes que configuran un
sistema
|
El
imperio de una parte sobre el conjunto
|
El desarrollo orgánico del
conjunto
|
La
especialización
|
El respeto por el entorno y la conciencia
de ser parte de él
|
La
exploración y la conquista del entorno
|
El contacto con la naturaleza y
con la vida
|
La
conciencia del yo
|
La conciencia del tú y la afirmación del
otro
|
La
autoafirmación, la iniciativa y la ambición
|
El cuidado y la protección
|
La
inteligencia analítica, deductiva y tecnológica y las actividades
correspondientes (ciencias, organización, indústria...)
|
La inteligencia emocional o “conocimiento
del corazón” y las actividades correspondientes (música, danza, literatura,
poesía...)
|
El
intelecto entendido como razonamiento discursivo y abstracto, como lógica
aséptica
|
La inteligencia entendida como
intuición integral, no disociada de lo concreto, y como capacidad de
percepción directa
|
La
inclinación hacia lo objetivo
|
La inclinación hacia lo subjetivo
|
Esta caracterización
no conlleva ningún juicio de valor. Los términos de estas polaridades, igual
que las cualidades masculinas y femeninas, sólo pueden concebirse en su
referencia mutua: se co-implican, se interpenetran, son indisociables; no cabe
establecer ninguna jerarquía entre ellos.
Es cierto que
durante siglos la cultura dominante ha enfatizado más el lado teórico y
analítico, espiritualmente ascendente, individualista y disociado, con el
olvido del cuerpo, de la tierra, del cuidado del yo y del otro. Ahora tenemos
la oportunidad de desarrollar estos valores orientados hacia visión más global
e integradora, rescatando la importancia de lo concreto, de la persona total en
su aquí y ahora, poniéndo el énfasis en cómo
vivimos. Gracias a la liberación de tantos condicionamientos que ocultaban
nuestro ser y nuestros potenciales ahora emprendemos este camino hacia nuestra
propia identidad. Nuestra liberación la entendemos como la expresión del
potencial de cada una, como el pleno florecimiento de nuestra humanidad, algo
que no está “más allá” sinó siempre ahora. No olvidamos la necesaria
emancipación social, política y económica; la conquista de nosotras mismas no
se nos regala; tampoco vamos a imitar lo peor de los varones con la conquista
del mundo exterior, no vamos a sacrificar nuestra intimidad en el altar del
poder, el prestigio y el dinero. La lucha por nuestra libertad no acaba con la
consecución de la igualdad social, sinó que ahí donde se alcanzan las
reivindicaciones sociales empieza nuestro trabajo como mujeres en busca de su
plenitud humana.
[1] Escrito redactado a petición de la “Asociación cultural Artemisa para
el desarrollo de los valores femeninos”.
[2] Además de su caracterización de los valores masculinos y femeninos,
la primera parte de este escrito también ha sido tomada de su libro "La filosofia, maestra de vida"