Entre dioses desorientados
Eric ha cumplido ya 15 años, primera estación en su madurar. Un buen día pregunta qué debe hacer para ser masculino, qué significa cuando alguien dice: ¡Eric ya es todo un hombre! Y, sin saberlo, pone el dedo en una llaga profunda.
Son muchísimos los hombres algo desorientados que intuyen que las mujeres han tomado la delantera en ser lo que son, y que ellos están perdiendo el tiempo y las oportunidades de ejercer como hombres. Veamos de explicar a Eric cómo ser hombre sin que suponga ninguna descalificación para nadie.
De entrada, es imprescindible un pacto general entre humanos. Hay que aceptar que la masculinidad y la feminidad no son un pene y una vagina húmedos, sino que se trata de caracteres psicológicos que cada persona lleva dentro y que se traducen en pautas de conducta que cada humano ejerce en determinadas circunstancias y en relación a los demás. Entre los últimos cambios de nuestras sociedades –que son muchos y complejos– ha sucedido que: a) las mujeres han redescubierto la feminidad; b) las mujeres han asimilado buena parte de la masculinidad; c) se ha alimentado la tan necesaria feminidad en los hombres; y d) falta... reconstruir la masculinidad en los hombres. Este aspecto tan esencial en la vida se ha convertido en algo muy ambiguo y por ello Eric no acaba de entender qué implica ser varonil. En definitiva, cómo ser hombre. Vayamos, pues, por partes.
El espíritu viril se caracteriza por estar lleno de promesas creativas y de aventuras descubridoras, pero precisa del alma femenina para impregnarla de tales anhelos y convertirlos en realidad. El mundo necesita de la osadía del espíritu masculino, de la misma forma que necesita la parte receptiva femenina que se encarga de dar forma y vehículo a las explosiones masculinas. Se buscan el uno al otro y Eric lo intuye, pero el espíritu masculino se muestra elusivo y hoy ha sido suplantado por tres viles substitutos: el primer sucedáneo de la virilidad ha tomado la forma de varón hiperactivo –la mayoría de hombres adultos–; el segundo aparece bajo la cara del adolescente de treinta o cincuenta años que se niega a crecer y hace lo posible para contentar a la mamá-esposa –es decir, los hombres nueva-era y la mayoría de estrellas del rock, que reciben el estatus de héroes justo por explotar su imagen de niños rebeldes que se niegan a crecer, ejemplificados por el mismo Clinton. El tercer substituto de la verdadera masculinidad lo constituye el modelo Rambo, hombre-músculo insensible cuyo único interés es dominarlo todo a su alrededor, sea a garrotazos o... ¡porque pago yo!. Tampoco ese modelo le gusta a Eric porque eso implicaría el desprecio de sus congéneres y él es perspicaz. Así que reflexionemos todos porque en una situación como ésta es imposible casar lo masculino y lo femenino, y –¡que no se olvide!– es el conjunto de la sociedad la que está cautivada por el modelo de varón tiránico movido por la necesidad neurótica del control o por el de hombre que se niega a crecer. Y no hay remedio a medias: cuanto más debilitado y desvalorizado queda un elemento del par genesíaco (masculinidad/feminidad), más sufrirá el otro las heridas complementarias.
Mira Eric, los romanos de la época imperial comprendían que una cosa es el espíritu viril y otra distinta es la personalidad de cada varón concreto, ya que hay tantas formas de ser hombre como hombres sobre la Tierra. Los romanos denominaron animus a ese espíritu viril, término que retomó C.G. Jung para referirse a ese algo masculino que hay en el aliento. Para que hubiera armonía, el animus debía estar presente en todo lugar y en cada individuo. Nuestros ancestros levantaban pequeños altares domésticos o lares (de donde nace nuestra palabra “hogar” o la catalana llar) para honrar ese espíritu viril, genio de la familia que se creía pasaba de generación en generación cuando una persona joven –chico o chica– besaba al padre moribundo. Así, la masculinidad no se identificaba exclusivamente con los hombres, sino con este espíritu que necesitan unos y otras, toda la sociedad, aunque por la división natural de los géneros es el hombre quien mejor encarna las hechuras de lo viril.
Jung consideraba el animus como espermático y pregnante, y las mujeres buscan este espíritu masculino generador de vida porque el alma femenina lo necesita. El problema es que ellas, a menudo, se encuentran con el fetiche de la potencia viril aViagrada en lugar de una auténtica fertilidad y... se quejan. Buscan el impulso de lo varonil y a veces solo hallan un paquete de músculos prepotentes –a menudo incluso impotente–, pero no el espíritu viril, el verdadero, que fertiliza la imaginación y la vida de las mujeres, el que ofrece seguridad no brutalidad. Un hombre no domina una mujer ni la trata con violencia si el verdadero animus se manifiesta a través de él. Los varones que fuerzan mujeres son justo los más débiles y desesperados, los menos masculinos.
Es tremenda y dolorosa la actual confusión entre esos hombres que se pavonean como adolescentes ante las mujeres, y el sentido verdadero y profundo de la virilidad. Esta confusión nos está distanciando a unos y a otras y, como triste consecuencia, las mujeres o bien se inclinan demasiado hacia lo femenino y se convierten en la muchacha desprotegida y conservadora que se dedica a seducir a los chicos como estrategia para sentirse segura, pero que nunca actúa siguiendo sus propios impulsos por temor a enojar al Rambo; o bien hacen lo contrario y –al igual que el engañoso varón hiperactivo– se dedican a los negocios y a sus carreras profesionales olvidando su ser femenino, receptivo y formador de vida. Los hombres deben irradiar ese espíritu masculino del que tanto carecemos; las mujeres necesitan la esencia viril del hombre para ser mujeres y viceversa.
Entre los griegos –Eric, escucha bien–, el dios Eros era el principal espíritu viril. La masculinidad es erótica por naturaleza, y es erótica porque es viril. Ser masculino implica ser capaz de tolerar el impulso incontrolable de Eros, vivir movido por el deseo pero... sin ser su esclavo; la fuerza de lo masculino es la potencia creativa del propósito. Eros era la fuente de ese poder y el varón se hacía fuerte y verdaderamente sólido a través de su participación en este influjo erótico. No obstante, existe una diferencia fundamental entre la fuerza que otorga Eros y la capacidad de manipulación que genera el abuso de Eros: los sujetos que esclavizan la feminidad por medio del enamoramiento, esos Donjuanes aniñados que tanto abundan hoy, en realidad son púberes asustados que se defienden del brutal poder de Eros que se agita dentro suyo. Ser hombre es ser fálico en el sentido del resplandor de la libertad creativa, no de la pasiva oscuridad de la dependencia: según algunos autores, “falo” en su etimología significa “luz”. Los hombres, querido Eric, se vuelven violentos y levantan puños y bayonetas afiladas precisamente cuando su verdadero espíritu viril no puede brillar.
Pero ¿cómo hago todo eso? interroga mi desconcertado ahijado. Él, a nivel práctico, está dominado por los modelos que le llegan desde los medios de comunicación de masas, esas tremendas herramientas vehiculadoras de simbología que construyen nuestros valores y vidas. Cuando Eric trata de pensar en un modelo masculino, viril, aventurero y firme, lo que aparece en primera línea de su memoria es justo la ausencia de tal ejemplo; vacío que es atiborrado por la imagen mass-media de hombres jóvenes con barba de dos o tres días y luciendo correosas expresiones de papel-cartón; es este modelo actual de falsa dureza masculina cuya expresión y actitud vital es la de estar de vuelta de todo sin haber ido aún a ninguna parte. Robert Bly los describe como machos blandos que carecen de energía y que preservan la vida, pero no la dan. En estas caritas anoréxicas de modelo pretencioso no consigo ver ni la lejana sombra de Ulises, patrón de virilidad esencial de nuestra cultura mediterránea. Son varones sin energía que a menudo aparecen junto a mujeres fuertes que podrían ser sus mamás. Quizás sea así porque a finales de los años sesenta, cuando el movimiento feminista fue el abanderado de la reconquista del Ser, la mujer nueva que estaba naciendo precisaba un hombre suave, y con ello nos quedamos. Es como si ellas hubieran dicho: nos acostaremos contigo si no eres tan agresivo ni tan macho, y la masculinidad se equiparó a la agresividad y falta de respeto por lo distinto. Es así como –de forma muy resumida– los hombres hemos aprendido a ser receptivos y suaves, pero... algo anda mal.
Atributos de lo masculino
Para que funcione la pareja cósmica representada en cada pareja humana se requiere algo de violencia: no hay cambio sin violencia, y para que una pareja funcione debe haber cambio (pero, ¡ojo! violencia y agresividad no son lo mismo). Es decir, la vinculación del hombre a su propia parte femenina (espontánea, receptiva, conservadora) ha sido una etapa necesaria en el camino hacia la deseada individuación global, pero el paso siguiente ha de ser redescubrir el salvaje que todo hombre lleva dentro, salvaje que constituye la propia alma de cada varón y cuyo modelo ideal tradicional está encarnado por el dios celestial caprichoso, colérico, celoso, dominante y despectivo con la debilidad. Este dios ha tenido diversos nombres: Cronos, Zeus o Urano entre los griegos; Júpiter y Jove entre los romanos; Jehova entre los judíos o Alá en el Islam; Arútam entre los jíbaros amazónicos, pero todos representan casi lo mismo. De aquí que lo masculino lleva en su esencia un divino guerrero insobornable que debe luchar por la verdad sin remilgos y por el descubrimiento constante de la vida y del mundo. Pero todos estos dioses, Eric, no son si no reflejos inventados por el ser humano de lo que debe ser una masculinidad con los pies bien anclados en la tierra. Son dioses que actúan como progenitores en este planeta, involucrados en la evolución y preservación de la vida. Eso está impreso en nuestros huesos viriles y debemos sacarlo para llegar a Ser. Y en nada impide la existencia de una masculinidad sentimental, un modelo varonil con espacio para las fluctuaciones emotivas, incluso para la homosexualidad: los hombres también lloran y aman, son vulnerables y extrovertidos. Una imagen que me impresionó en la adolescencia, leyendo la Odisea, fue cuando Ulises... ¡llora delante de gente! Si Ulises llora, también puedo hacerlo yo. Pero Ulises no sólo llora, claro: lucha, se arriesga, decide, es violento y astuto, le gustan las mujeres pero las sabe respetar; conoce las artimañas para enfrentarse a las engañosas sirenas y al gigante Polifemo y salir victorioso de ello... Esas luchas son símbolos de las guerras interiores, del propio espíritu viril que cada uno debe afrontar como hombre, del descubrimiento que cada uno debe hacer de sí mismo atravesando todas las guerras civiles internas que haga falta.
Podríamos hacer una larga lista de atributos pero, siendo concisos para Eric, resumimos explicándole que un varón debe ser creativo, fecundo y dador de vida, generador de situaciones, atento y protector y compasivo con la fragilidad. Debe aprender a vivir en armonía con la naturaleza y con la feminidad, debe ser también erótico, libre, salvaje y alegre, enérgico y, sin duda, violento sin ser tirano. Esta imagen nos despierta los recuerdos de un grito lejano, procedente del héroe mítico, invencible, patriarcal y guerrero; del mártir que sufre en silencio escuchando su dolor sin remilgos, suavemente femenino. Un hombre deber ser como el fálico dios Coptos, protector de los viajeros, otro símbolo de masculinidad, entre nosotros también encarnado por el navegante Ulises.
Otros dos atributos propios e intrínsecos de la virilidad son el tomar decisiones y asumir responsabilidades. Un hombre debe tomar decisiones con consciencia y cada una es un paso hacia su madurez. Cada deber que uno adquiere implica asumir nuevas responsabilidades y la lucha –de aquí la violencia necesaria– se da porque el ser humano es perezoso, nos cuesta asumir obligaciones autoimpuestas y salir de situaciones complacientes, edípicas y dependientes que nos siguen meciendo en una hamaca de inconsciencia e irresponsabilidad. Como dice el padre de Eric, para ser hombre hay que podar las ramas de la niñez y de la inmadurez, pero sin herir el alma tierna y candorosa del árbol: las primeras son elementos podridos, lo segundo mantiene al hombre en contacto con su más sagrada esencia.
En primer lugar, Eric, un hombre debe hacerse amigo de su propio padre y abuelos. Guste o no, ellos son el principal modelo de masculinidad que uno lleva dentro. Si no se tiene padre, o está ausente, hay que buscar otros hombres a los que se sienta como varoniles, rectos, fuertes, valientes y creativos. Además de ello, un hombre debe mostrarse exteriormente cortés con todos, sean ricos o pobres, amigos o enemigos, poderosos o miserables, debe saber ceder el sitio. Ha de ser capaz de discriminar, de tomar decisiones y de responsabilizarse de ellas; de esforzarse por comprender lo distinto y proteger lo femenino, así sea arriesgando la propia vida. Un hombre debe vivir comprometido en una búsqueda sagrada y, por el hado de los tiempos en que vivimos, para muchos esta batida no tiene sentido hacerla en el mundo exterior: eso fue en la época de los viriles cowboys que iban a descubrir y conquistar nuevos territorios en el legendario far west. Hoy, la aventura de la masculinidad debe tener una orientación interior; los hombres necesitamos redescubrir y educar al salvaje que todos llevamos dentro, hay que buscar el equilibrio más sólido, no los afectos protectores y castrantes de la esposa-mamá que decide por el marido-hijo.
A pesar de todo ello Eric, mantente interiormente libre y no confíes demasiado en nada ni en nadie, ni en mí. Ámate a ti mismo y a las cosas que hagas, pero no por el beneficio que te puedan dar, sino porque las haces tú. Vive como si hubiera llegado el día es la conclusión final de F. Nietzsche, eso te hará sentir más viril, poderoso pero no tirano, y ocupando tu lugar en el mundo. Eso implicará para ti... ser un Hombre.
Josep Mª Fericgla.
Me gustaría poder contestarte como el artículo se merece y confío en poder hacerlo más adelante, de momento decir que un párrafo como éste me resulta absolutamente inasumible:"...de esforzarse por comprender lo distinto y proteger lo femenino, así sea arriesgando la propia vida."
ResponEliminaClaro, lo que dice Warren Farrell que aquí ya se ha comentado más veces: se construye la masculinidad para que sea el "sexo desechable o prescindible" y se sacrifique. Bueno, pienso que Fericgla se ha dejado llevar por el entusiasmo en esta frase.
ResponEliminaAún así comprendo que la lealtad, y el proteger, es un rasgo más masculino que femenino. Otra cosa es como este rasgo ha sido manipulado a lo largo de la historia por el Estado, o la religión, o ahora el sistema económico para que la vida de los hombres sea menos valiosa y se aprovechen para sacrificarla más facilmente.
Saludos
Benvolguts,
ResponEliminadec a Fericglà un canvi de perspectiva sobre com actuar en les relacions de gènere. D'ell dec el convenciment sobre la coemancipació: "Jordi, els homes i les dones evolucionem junts, ens necessitem per ajudar-nos, res d'anar fent grups d'homes per actuar pel seu compte..." més o menys recordo aquest comentari, que al principi em va costar entendre i assimilar, però més endavant he anat reconeixent el seu encert. Gràcies J.M.
Al respecte voldria suggerir-nos una lectura a la llum de la psicologia familiar sistèmica de hellinguer: mireu-vos el capìtol de "El transfondo", pàg.117 a 125, del llibre de Bert Hellinguer (2010) "la práctica del asesoramiento empresarial" ISBN: 978-84-936706-9-6. ... parla de la doble transferència d'àvies sotmeses a filles alliberades però que representen aquell antic odi tranferint-lo cap els seus homes, i de com sanar-ho junts (l'autoflagelació dels homes no ajuda en res). És un bon exemple de coemancipació.
Salut
Jordi Pruneda
En mi opinión esta cuestión deber abordarse desde una triple perspectiva:
ResponElimina- Es necesario el respeto por la autonomía de cada persona y su derecho a autodeterminarse. Desde ese punto de vista han de dárseles a los jóvenes y los niños apoyo y orientación pero de ningún modo pretender adoctrinarlos. La sociedad debe respetar los derechos del menor entre los que debe figurar en primerísimo lugar no poder ser apartado del padre y en general los hombres. Se hace necesario equilibrar por sexos la profesión de maestro.
- La construcción de la masculinidad no puede interpretarse como complemento o para satisfacer las exigencias de las mujeres. El hombre no debe ser menos libre que la mujer y ha de poder oponerse a que le exijan lo que no se les exige a ellas. Debemos pensar en un hombre al que la sociedad le brinde todas las oportunidades de realización y no limitarlo a un determinado rol masculino protector y proveedor.
- El sexo masculino no es el sexo desechable. Con el mismo derecho que la mujer ha reivindicado su derecho a salir del hogar, el hombre ha de poder exigir que no se le condene a ser el último de la fila y el último en saltar del barco que se hunde. La igualdad no puede construirse sobre un varón con menos derechos.