dilluns, 17 de gener del 2011

El gobierno apoya el lysenkoismo científico

EL PAÍS ha adelantado que el gobierno va a prohibir a los jueces que, en su deber de proteger a los menores de cualquier tipo de maltrato, tal como establecen todas las leyes y convenciones internacionales, recurran a la categoría diagnóstica del Síndrome de Alienación Parental (SAP).

Las cosas de palacio van despacio y, finalmente, la tarea del lobby del feminismo del resentimiento ha fructificado. Lamentablemente no me sorprende, ya hace más de un año escribí sobre este tema: el lobby y su programa, sus representantes fanatizados, su inconsistencia científica... poco más tengo que añadir a lo que entonces escribí. Entonces fue un grito de alarma. Ahora va a materializarse la barbaridad.

El pasado verano también escribí como epistemólogo sobre los argumentos (pseudo)científicos de la Asociación Española de Neuropsiquiatría cuyos disparates han servido de sustento “científico” a esta medida que coadyuvarà a gravísimas violaciones de los DDHH de l@s niñ@s.

La batalla entre ciencia y fanatismo político vuelve a reproducirse con una nueva victoria de los segundos. Lysenko, en su dia, ganó. También Torquemada (Lorente me parece su mejor émulo). Sólo queda el consuelo de que después, la historia, va poniendo las cosas en su sitio. De la misma manera que ahora los historiadores (por ejemplo Ricard Vinyas) han explicado el papel que el Dr Vallejo-Nájera, primer catedrático de psiquiatría de la universidad española, tuvo como ideólogo del robo de niños en el franquismo, otros historiadores quizás recogerán el papel que han tenido los Drs Lorente Acosta o Antonio Escudero Nafs para avalar y dejar impune esta cruel forma de maltrato infantil que el SAP trata de describir.

Como asesor filosófico he acompañado a algunos progenitores en el dolor indescriptible de perder a sus hijos por odio parental. Curiosamente he tratado sobre todo con madres (algo que, para los negacionistas, debería ser imposible porque según ellos el SAP es un “invento machista”). Hace poco leí una sentencia de una madre que se confesaba desolada; después de años de lucha judicial para restablecer el contacto con su hijo por fin llega la sentencia: el juez reconoce que el padre ha manipulado al hijo, pero como éste ahora odia a la madre el juez dice que ahora el contacto entre ellos no es posible, por tanto resuelve que el menor se quede tal como está y donde está, y no vuelva a España (vive en el extranjero). La eficaz labor del alienador ha tenido su premio. Ignoro si en este caso el lobby también lo habrá celebrado con su habitual alborozo. Una madre me contó que, cuando en su desespero acudió a las feministas (una conocida organización, bien subvencionada), se la sacudieron de encima.

De mi experiencia concluyo que, de todas maneras, la cuestión de la ley es algo secundario. La ley no apoya a las víctimas y, a partir de ahora, aun será peor. Los maltratadores gozarán de la impunidad total que les quiere garantizar el gobierno. Sin embargo, como digo, la ley no es el asunto central en la cuestión del odio parental. El complejísimo mundo de los sentimientos familiares queda bastante lejos del poder del Estado. Aunque los fanáticos (en mi opinión, huyendo –proyectando- sus propios fantasmas familiares) pretendan usar ese poder del Estado para intervenir esa esfera tan íntima, todavía queda un amplio márgen individual de acción para los progenitores alienados. Me gustaría dejarles aquí este mensaje de esperanza. A pesar de la injustícia, a pesar de las calumnias, a pesar de las mentiras que están sufriendo. Viven tiempos difíciles. También los vivieron los genetistas bajo Lysenko, o los ilustrados bajo la Inquisición, o los demócratas bajo el franquismo. O Sócrates en Atenas, ése que dijo “es peor cometer la injustícia que padecerla” antes de ser ejecutado por el veredicto de un tribunal democrático. Ahora los progenitores alienados y sus hijos sufren una injustícia tremenda. Me gustaría recordarles a Sócrates, a Gandhi, a Luther King, a los que luchan por la verdad, por la ciencia y por la justicia. Aunque no obtengan el reconocimiento de sus hijos –porque los están odiando- y sufran la tortura de no verlos crecer, si son capaces de recoger el legado de tantos otros que en otros tiempos sufrieron la injustícia, su dolor también puede puede convertirse en un ejemplo. Incluso –quien sabe- ante sus propios hijos en el futuro.

dimarts, 4 de gener del 2011

Un texto de Isaiah Berlin y el “caso Assange”

El fundador de Wikileaks, en un extraño caso donde los presuntos agresor y víctima confraternizaban después de la presunta violación (hasta que la mujer se enteró de los “cuernos”...), ha sido “empapelado” gracias a la durísima ley sueca sobre agresión sexual, ley que los lobbies feministas han puesto en su agenda para implantarla en el resto del planeta. Parece que esta ley, a la hora de poner la raya entre sexo-consentido/abuso/violación, tiende a equiparar cualquier comportamiento masculino a lo sucedido en el Congo con las violaciones masivas de mujeres por la guerra, es decir, un crimen que hay que pagar.

Assange niega las acusaciones de agresión sexual y aduce que “he caído en uno de los avisperos del feminismo revolucionario" ya que “Suecia es la Arabia Saudí del feminismo". Me parece bien recordar la teocracia saudí, cuyas premodernas leyes penales y civiles creo que son las más salvajes y bárbaras del planeta (y ahora no me quiero extender sobre la hipocresia moral que promueve el wahabbismo saudí).

Este “caso Assange” a mi me ha hecho pensar no en la Arabia Saudí sino en la Unión Soviética. Adjunto este interesante texto donde I. Berlin relata una conversación con el filósofo Kojève acerca de la finalidad de las leyes arbitrarias en los Estados totalitarios

Hablamos de Hobbes y del Estado soviético. «No», dijo, «no es un Estado hobbesiano». Y explicó que cuando uno comprendía que Rusia era un país de campesinos ignorantes y trabajadores pobres se daba cuenta de que era muy difícil de controlar. En su opinión, Rusia había estado terriblemente atrasada; atrasada en 1917, no sólo en el siglo XVIII. Así, pues, quien se propusiera hacer algo con Rusia tenía que sacudirla con violencia. Si en una sociedad las reglas son muy severas, por absurdas que sean, (supongamos, por ejemplo, una ley que establece que a las tres y media hay que ponerse de cabeza abajo), todo el mundo la cumplirá para salvar la vida. Pero a Stalin eso no le bastaba, no cambiaba suficientemente la situación. Stalin tenía que hacer con sus súbditos una pasta que él pudiera amasar a su antojo. No debía haber hábitos ni reglas en que la gente pudiera apoyarse; de lo contrario, las cosas seguirían siendo inmanejables. Pero si usted acusa a la gente de romper leyes que no rompió, si la acusa de delitos que no cometió, de actos que ni siquiera puede comprender, acaba reduciéndola a papilla. A partir de entonces nadie sabe dónde está, nadie está nunca seguro porque, haga lo que haga, e incluso si no hace nada, puede acabar destruido. Todo lo cual crea una verdadera «anomia». Una vez tiene usted esa clase de gelatina, en cada momento le puede dar la forma que elija. El objetivo es que nada se asiente. Kojève, un pensador ingenioso, se imaginaba que Stalin también lo era. Hobbes concebía una ley que, de ser obedecida, permitía sobrevivir. Las leyes que hizo Stalin eran tales que uno podía ser castigado por obedecerlas o desobedecerlas, al azar. No había nada que se pudiera hacer para salvarse. A uno le castigaban por transgredir o acatar leyes que no existían. No había salvación. El futuro sólo podía construirse con esa materia pasiva a que se habían reducido los humanos.

Ramin JAHANBEGLOO: CONVERSACIONES CON ISAIAH BERLIN, Barcelona: Arcadia, 2009 [ed. original, 1991], pp.105-111. Trad. de Marcelo Cohen.