No quiero bombardear mi propio género, como si me hubiera “trasvestido” cerebralmente. Este artículo dedicado especialmente a los hombres no significa que las mujeres no compitan entre sí, y muchas veces con los hombres, sean hermanos, compañeros de trabajo o pareja. Pero me centro en los hombres, porque los conozco –me conozco- y los comprendo –me comprendo- mejor. Y esto me autoriza a seguir criticando de forma constructiva, para salir del callejón sin salida en la que nos estamos metiendo, si es que no estamos de lleno en él.
Estas reflexiones son fruto de lo que observo y de mi propia experiencia. ¿Qué pasa hoy día con la sexualidad masculina? ¿Estaría en retroceso en las generaciones de jóvenes occidentales y urbanos?
El mito se mantiene, pero la realidad lo desmiente. El mito de que los hombres siempre estamos listos para la actividad sexual. Cada vez acuden más hombres jóvenes a mi consulta con un común denominador: los valores que les transmitieron durante la infancia y la adolescencia, lo que se muestra en anuncios y películas, no corresponde a lo que sienten. Son muchos los que se sienten tímidos y sin recursos para acercarse al género femenino. Algunos se sorprenden de que sean ellas las que se acerquen, tomen la iniciativa y tengan claro lo que quieren.
Otros muchos, que no tienen esta dificultad, inician una relación de pareja y, al cabo de uno o dos años, “se aburren”, miran a izquierda y derecha, se culpan de sentirse atraídos por otras mujeres, batallan por tener algo de tiempo libre para los amigos, el deporte, sus aficiones y se quejan de sentirse controlados y sin tiempo para ellos. Un tiempo que no quieren forzosamente compartir. Tal vez quieran dedicarse a navegar por la red, ver un partido de fútbol en la televisión, leer el periódico, o sencillamente vaguear en casa sin hacer nada. “Quiéreme libre, déjame ser” parecería que gritan desde el fondo del alma, sin atreverse a formularlo, por miedo a la ruptura, la soledad, la vuelta a empezar o… simplemente por la comodidad de no tener que esforzarse cuando les pica la testosterona.
Y hay personas que ya pasaron de los cuarenta y cuya libido disminuyó, no porque sea ley de vida, sino porque están completamente absorbidos por el trabajo, la economía familiar, la crisis, el miedo al futuro, los hijos… Y lo normal es que sus respectivas parejas vivan frustradas, y con razón. Porque la sexualidad es una energía mucho más amplia que tener un coito, con o sin orgasmo. Y el orgasmo es algo más que soltar la tensión acumulada.
Mantener un alto nivel de energía sexual nos lleva a poner en cuestión la vida actual sedentaria, los trabajos sin sentido, la comida basura, los estímulos artificiales, la pérdida de contacto con la naturaleza, el consumismo como alternativa a la frustración y al vacío existencial. La energía sexual, si no se quiere sublimar, requiere retroalimentación, riego, originalidad. Todo lo contrario de la rutina. Si se está en pareja, se necesita comunicación, conciencia, poner palabra a sentimientos y necesidades, a problemas y soluciones. No se puede sustituir la relación sexual por la verbal, ni viceversa. Hay parejas que arreglan una discusión monumental con un polvo. Y hay quienes no mantienen relaciones hace años y discuten sin parar –otra forma de descargar energía-.
Es cierto que los hombres en todas las épocas históricas han competido y que la Historia podría simplificarse afirmando que se reduce a una sucesión interminable de guerras, conquistas y colonizaciones diversas. Pero esta es la historia que nos han contado. Nunca nos hablaron de la Historia hecha de cotidianeidad y de vidas individuales que intentaban sobrevivir física, emocional, mental y espiritualmente. Una historia en la que el ser humano no avanzaba sólo hacia más técnica y conocimiento, hacia más cultura y civilización, sino hacia más conciencia individual y colectiva.
Lo que podría estar ocurriendo hoy día, entre otros muchísimos fenómenos interconectados, es que parte de la energía sexual no empleada ha sido redirigida por el sistema hacia la producción y el consumo. Y para producir eficazmente, sobre todo beneficios económicos, es muy eficaz imbuir desde niños que para sobrevivir es necesario competir ferozmente. Competir en el trabajo y competir por obtener todos los bienes de consumo que otorgan identidad y estatus: casa, coche, aparatos electrodomésticos, vacaciones… Y en el camino, se acentúa el narcisismo, porque los espejos en los que los hombres se contemplan son ellos mismos clonados. No está de más recordar que el joven Narciso se ahogó, enamorado de su propia imagen reflejada en las aguas de un estanque.
Y de este narcisismo generalizado tampoco se libran muchos de mis colegas terapeutas: aquellos que no se supervisan hace años, porque creyeron haber llegado a la cima de la eficacia terapéutica y de su propia salud psico-emocional. Y con tristeza compruebo el individualismo, la poca comunicación y la escasa co-creatividad en un colectivo que podría dar ejemplo, más allá de la esfera y de los límites en los que sí se produce cierta ayuda, acompañamiento y sanación de los consultantes. No es casual que existan multitud de estudios sobre todo tipo de trastornos de personalidad, pero muy pocos dedicados al narcisismo, que yo consideraría una especie de autismo social, que deriva en falta de solidaridad, colaboración y creatividad colectiva.
He encontrado algunas excepciones en mi camino. Algunas de ellas muy recientemente entre colegas mexicanos que sí viven lo que dicen y practican en su vida lo que hacen en sus sesiones de terapia y en la formación de los futuros terapeutas. Igualmente, algún colega francés, otro estadounidense… y me sobra una mano… Pero me reaviva la esperanza y, como este asunto y todos los conectados, dan para mucho más, recomiendo entre tanto leer el libro de David Deida, El camino del hombre superior (Editorial Gaia), para poder empezar a replantearse algunos hábitos nada satisfactorios y a encontrar algunas respuestas que ya empezábamos a intuir.
Y a punto de terminar este artículo, me llega un correo electrónico de una colega, que participó recientemente en uno de mis talleres. Por ser una vivencia femenina que cualquier hombre podría integrar, cuando sale de la competitividad y del narcisismo, reproduzco su testimonio, que gentilmente me autoriza a reproducir:
Hoy mismo, a las 5:30 de la mañana, estaba viendo amanecer dentro del mar, en una playa preciosa de Túnez. Llegó una mujer musulmana y se metió al agua cerca de mí, mojándose los pies... Poco a poco fue confiando y despojándose del velo, de la ropa… Tardó como una hora en hacerlo... La vi el cuerpo; ella me miraba… Fue todo un ritual que me llevó a agradecer esa oportunidad que estaba viviendo, desde el silencio. Nos estábamos acompañando... en ese amanecer.
No otra cosa es la auténtica terapia. No otra cosa es salir del narcisismo y la competitividad. En el silencio interior, mientras se disipan las brumas y se hace la luz.