EL PAÍS ha adelantado que el gobierno va a prohibir a los jueces que, en su deber de proteger a los menores de cualquier tipo de maltrato, tal como establecen todas las leyes y convenciones internacionales, recurran a la categoría diagnóstica del Síndrome de Alienación Parental (SAP).
Las cosas de palacio van despacio y, finalmente, la tarea del lobby del feminismo del resentimiento ha fructificado. Lamentablemente no me sorprende, ya hace más de un año escribí sobre este tema: el lobby y su programa, sus representantes fanatizados, su inconsistencia científica... poco más tengo que añadir a lo que entonces escribí. Entonces fue un grito de alarma. Ahora va a materializarse la barbaridad.
El pasado verano también escribí como epistemólogo sobre los argumentos (pseudo)científicos de la Asociación Española de Neuropsiquiatría cuyos disparates han servido de sustento “científico” a esta medida que coadyuvarà a gravísimas violaciones de los DDHH de l@s niñ@s.
La batalla entre ciencia y fanatismo político vuelve a reproducirse con una nueva victoria de los segundos. Lysenko, en su dia, ganó. También Torquemada (Lorente me parece su mejor émulo). Sólo queda el consuelo de que después, la historia, va poniendo las cosas en su sitio. De la misma manera que ahora los historiadores (por ejemplo Ricard Vinyas) han explicado el papel que el Dr Vallejo-Nájera, primer catedrático de psiquiatría de la universidad española, tuvo como ideólogo del robo de niños en el franquismo, otros historiadores quizás recogerán el papel que han tenido los Drs Lorente Acosta o Antonio Escudero Nafs para avalar y dejar impune esta cruel forma de maltrato infantil que el SAP trata de describir.
Como asesor filosófico he acompañado a algunos progenitores en el dolor indescriptible de perder a sus hijos por odio parental. Curiosamente he tratado sobre todo con madres (algo que, para los negacionistas, debería ser imposible porque según ellos el SAP es un “invento machista”). Hace poco leí una sentencia de una madre que se confesaba desolada; después de años de lucha judicial para restablecer el contacto con su hijo por fin llega la sentencia: el juez reconoce que el padre ha manipulado al hijo, pero como éste ahora odia a la madre el juez dice que ahora el contacto entre ellos no es posible, por tanto resuelve que el menor se quede tal como está y donde está, y no vuelva a España (vive en el extranjero). La eficaz labor del alienador ha tenido su premio. Ignoro si en este caso el lobby también lo habrá celebrado con su habitual alborozo. Una madre me contó que, cuando en su desespero acudió a las feministas (una conocida organización, bien subvencionada), se la sacudieron de encima.
De mi experiencia concluyo que, de todas maneras, la cuestión de la ley es algo secundario. La ley no apoya a las víctimas y, a partir de ahora, aun será peor. Los maltratadores gozarán de la impunidad total que les quiere garantizar el gobierno. Sin embargo, como digo, la ley no es el asunto central en la cuestión del odio parental. El complejísimo mundo de los sentimientos familiares queda bastante lejos del poder del Estado. Aunque los fanáticos (en mi opinión, huyendo –proyectando- sus propios fantasmas familiares) pretendan usar ese poder del Estado para intervenir esa esfera tan íntima, todavía queda un amplio márgen individual de acción para los progenitores alienados. Me gustaría dejarles aquí este mensaje de esperanza. A pesar de la injustícia, a pesar de las calumnias, a pesar de las mentiras que están sufriendo. Viven tiempos difíciles. También los vivieron los genetistas bajo Lysenko, o los ilustrados bajo la Inquisición, o los demócratas bajo el franquismo. O Sócrates en Atenas, ése que dijo “es peor cometer la injustícia que padecerla” antes de ser ejecutado por el veredicto de un tribunal democrático. Ahora los progenitores alienados y sus hijos sufren una injustícia tremenda. Me gustaría recordarles a Sócrates, a Gandhi, a Luther King, a los que luchan por la verdad, por la ciencia y por la justicia. Aunque no obtengan el reconocimiento de sus hijos –porque los están odiando- y sufran la tortura de no verlos crecer, si son capaces de recoger el legado de tantos otros que en otros tiempos sufrieron la injustícia, su dolor también puede puede convertirse en un ejemplo. Incluso –quien sabe- ante sus propios hijos en el futuro.