Fuente: http://gabinetepedagogico.jimdo.com/2011/02/20/eros-%C3%A1gape/
Vista la evolución que ha seguido el concepto de masculinidad-feminidad, desde Sandra Bem (1974), proponiendo el concepto de androginia, y los diferentes problemas que conlleva dicha teoría, Spence dice que lo ideal sería que la conducta no tuviera sexo, mas, en mi opinión, el problema viene cuando la cuestión de masculino o femenino es un aspecto fundamental y primordial… Me estoy refiriendo a las relaciones íntimas de pareja. Aquí, la conducta sí que tiene sexo. Estoy de acuerdo de que atributos como fuerte, sensible, etc., no se tendrían que atribuir a estereotipos masculinos o femeninos, ahora bien, una vez liberados estos atributos de toda identificación sexual, es preciso preservar la polaridad que hace que los miembros de una pareja se sientan atraídos. Para eso, no es necesario retornar a patrones patriarcales de relación de pareja, sino que es posible ser muy masculino o muy femenina desde el respeto mutuo. Y hablo tanto de parejas hétero como homosexuales. Partiendo de estas premisas, analizaré qué es ser masculino o femenina en esta dimensión del ser, pues la energía sexual reverbera en todas las dimensiones del ser humano (cuerpo, emoción, mente, etc.) y una conducta sexualmente neutral en la relación de pareja disminuye la polarización y, por tanto, la atracción. Una relación íntima en la que haya una gran atracción mutua, fuertemente polarizada, hace que la energía sexual (que es la energía vital, pues no existen energías diferentes, solamente hay una energía de vida, que es el mismo amor, en hindú prajna, en el Tao lo llaman Chi...) bañe todos los rincones de nuestro ser, provocando que traspue alegría, vitalidad y gozo de vivir.
Si observamos detenidamente la acertada afirmación de que la ciencia hecha por hombres es parcial y que se tiene que completar con la visión femenina, esto implica que los hombres y las mujeres conciben el mundo de forma diferente. Y yo diría que esta diferencia no se debe al sexo, sino a la polaridad energética que expresan. Según David Deida[1], un 80% de las mujeres expresan una polaridad energética con su núcleo tendiente a lo que él llama Comunión, Plenitud o Ágape; un 10% expresan una polaridad tendiente a la Libertad o Eros; un 80% de los hombres expresan una polaridad energética con tendencia a la Libertad o Eros; y un 10% de Ágape. El 10% de las mujeres y el 10% de hombres que faltan tendrían las fuerzas más equilibradas. Y lo que es más importante, que equilibrado energéticamente no significa mejor que encontrarse en un extremo, pues esta base o núcleo de la personalidad sostiene la construcción posterior de todo el ser.
Este mismo autor reconoce como algunas de las principales quejas de sus clientes en terapia esgrimen son, por una parte, y cito textual, “las mujeres quejándose de que los hombres se están volviendo más débiles, menos comprometidos y que carecen de determinación y decisión, en definitiva se quejan de que los hombres se han vuelto afeminados. Y los hombres se quejan de que las mujeres se están endureciendo, son más resistentes e independientes, hasta el punto de resultar poco atractivas. En resumen, se quejan de que las mujeres se están volviendo demasiado masculinas. Los hombres y mujeres modernos han descubierto que la igualdad, por sí misma, no asegura una relación apasionada y floreciente”.
Tener un predominio energético de Eros-Libertad o Ágape-Plenitud no influye en la tendencia sexual, ya sea hétero, homo o bisexual. Se puede tener un fuerte predominio de Ágape (considerado femenino) y ser un hombre heterosexual.
Este enfoque aporta una novedosa visión que supera la insostenible tesis sobre el grado de masculinidad o feminidad, medible por tests, llena de escollos difíciles de superar, como, por ejemplo, responder a la pregunta de porqué una determinada conducta era considerada masculina o femenina. Con este enfoque, la conducta queda libre de sexo y, además, toda persona tiene, en más o menos medida, las dos fuerzas primordiales en su propio ser.
Toda persona debería cuidar el desarrollo de su Eros y de su Ágape, mas no es lo mismo que la equilibración entre lo masculino y lo femenino que propugna la teoría andrógina. Eros y Ágape no tienen el por qué equilibrarse. En la vida pública conviene el equilibrio, aunque en la esfera privada no, si se desea polaridad, atracción y pasión en la pareja.
Cada una de estas energías tiene sus virtudes y patologías. Y citando textualmente a Ken Wilber[2], “Eros sano tiende hacia la autonomía, la fortaleza, la independencia y la libertad, mientras que su versión insana o patológica tiende a infravalorar o a supravalorar esas virtudes, en cuyo caso, la autonomía se convierte en alienación, la fortaleza en dominio, la independencia en temor patológico al compromiso y la relación no conduce hacia la libertad, sino que se convierte en un impulso hacia la destrucción que deja al individuo sumido en el miedo. Y algo parecido ocurre también con la fuerza Ágape, que sana tiende hacia la relación, el flujo, el respeto y la compasión, y su modalidad enfermiza acaba naufragando en cada una de esas dimensiones. En tal caso, en lugar de mantener las relaciones, se pierde en ellas, y en vez de alentar el desarrollo de un yo sano en comunión con los demás, pierde el yo y se confunde con las relaciones en que se halla sumida/o. Entonces es cuando la conexión acaba convirtiéndose en fusión, el flujo en pánico y la comunión en una auténtica empanada. Por este motivo, la energía Ágape insana no encuentra la plenitud en la relación, sino el caos en la fusión”.
En cuanto a los hombres[3], por su predominio en Eros, estudios científicos modernos demuestran que les es más fácil entrar en un estado de observación, que precisamente es en lo que se ha basado tradicionalmente el método científico patriarcal, porque hay una distancia involucrada. En cambio las mujeres tienden a la comunión o “tocar”.
Yendo hacia atrás en la psicología evolucionista, cuando los hombres cazaban y las mujeres cuidaban a los niños, el tipo de conocimiento que hizo que la supervivencia siguiera fue juntarse en grupos y mantener una cierta distancia entre ellos para cazar. La ventaja de una observación en tercera persona es que pueden ver “enteros” (cosas completas). Así pues es sólo en la distancia que puedes ver un bosque. Puedes tocar un árbol, mas para ver el bosque necesitas la distancia, necesitas distancia para ver “enteros”.
Por otra parte, el trabajo primario de las mujeres era táctil: tienes un bebé, y tienes que captar todos los matices de ese bebé para que sobreviva (si tiene hambre, si está triste, si siente dolor, etc.). Así que las mujeres han desarrollado una escala emocional exquisita.
Ambos tienen fortalezas y debilidades; las mujeres tienen un modo de relacionarse táctil, mas no es holístico. Los hombres tienen una visión “holística”, aunque distante, separada.
Si están trabajando en la resolución de problemas, las mujeres se van a reunir si algo anda mal, y van a tratar de “tocar el tema”, lo van a charlar. Un hombre, si está en la reunión, va a ir a por su solución; va a decir: -Ok, ¿este es el problema? Vamos a hacer esto y problema resuelto-. Y las mujeres van a decir: -¡Oh no, no!- Porque, de hecho, si aparece la solución significa que la charla se acabó, y no hay más contacto.
En la iconografía budista, el principio masculino es representado todo negro, que simboliza el puro vacío de contenido, el inamovible observador. En cambio el principio femenino es representado como pura luz blanca y radiante. Mientras el principio masculino quiere ver, el femenino quiere ser visto, quiere radiar, quiere brillar. Lo no-manifestado y lo manifestado.
Insisto, las personas los tienen ambos. La feminidad se complementa encontrando la distancia justa de su “tocar”, de otro modo no tiene libertad, volviéndose adicta a su relación, y esto tiene mucho que ver con la adherencia, encontrarse perdidas en la relación. En cambio, la patología clásica de lo masculino es su autonomía, su rigidez, represión, no poder sentir. Por tanto, lo que se debe hacer es equilibrar cada una de estas fuerzas para lograr la salud. El quid de la cuestión es que tenemos ambos aspectos en nosotros y cada uno de estos debe estar sano, sin excederse de demasiado o demasiado poco, y sólo en este sentido es necesaria la equilibración.
Wilber continua diciendo que no se tiene que forzar la paridad en el mundo laboral o esfera de lo público entre hombres y mujeres, sino que es preciso cargos donde se valore la capacidad de relación, de trabajo en grupo, de comunicación, de responsabilidad, equilibrando valores más propios de lo masculino, como la fuerza, el riesgo, la racionalidad, etc. Por tanto, en estos nuevos cargos, de forma natural, las mujeres aventajarían a los hombres. No se trata de suprimir los valores propios del género masculino, sino de equilibrar la balanza.
Respeto a la escuela, podemos observar que de lo que más se habla en la actualidad es de aprendizaje significativo, cooperativo, responsable, grupal, socializador, educar las emociones, etc. Por tanto, se puede afirmar que, al menos en esto, sí se está rectificando una educación patriarcal, que solamente se preocupaba del fomento de la razón, los conceptos, la individualidad, la competitividad, etc. Y lanzo esta pregunta: ¿porqué hay tanta predominancia de mujeres sobre hombres que estudian pedagogía y magisterio? En mi opinión es porque la escuela es un lugar de estrecha interrelación con otros, de colaboración, comunicación, donde no se está solo en casi ningún momento. Y me atrevo a decir que la escuela es femenina.
En cuanto a la lectura de la historia, es totalmente cierto que se ha hecho una lectura totalmente machista, priorizando el ámbito público y olvidando el doméstico en que las mujeres se han dedicado a lo largo del patriarcado, ahora bien, no es justo ni verídico hacer una lectura de este patriarcado como si hubiese dos equipos comtrapuetos, hombres contra mujeres, sino que se trata de la historia de una especie, la humana, sexuada bipolarment (hombres y mujeres), que en sus orígenes intenta abrirse camino, y dado el escaso desarrollo de la cultura, se impone lo más obvio, natural, y si se quiere, brutal, como la mayor corpulencia y fuerza física de los hombres, y que las mujeres son las que dan a luz después de una larga gestación, y estas evidencias o hechos dados dentro de unos sistemas de pensamientos arcàics y míticos dieron como resultado una fuerte diferenciación de los roles por sexos.
Plantear la historia como la lucha entre dos equipos, además de ser falaç, implicaría que las mujeres fueron derrotadas por los hombres, y por lo tanto, más estúpidas, lo cual no es verdad. Ni todos los hombres unos cerdos ni todas las mujeres unas borregas.
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[2] WILBER, Ken. (2008): La visión integral. Barcelona: Ed. Kairós.