divendres, 30 d’octubre del 2009

article d'Empar Moliner

Veig que els dilluns "El País" publica a la secció de Catalunya un sermó de la Sra Lienas adobat dels tòpics misàndrics i victimistes que suposo que per a ella deu significar el feminisme. Quan ho llegeixo em deixa prou astorat el el nivell del que podriem anomenar "control de qualitat" del diari respecte dels seus col.laboradors. El d'aquesta setmana, amb la "perspectiva de gènere", ha estat antològic. Sort que desprès vaig llegir aquest article d'Empar Moliner a l'Avui on fa una rèplica amb tanta sensatesa i també humor que ho vull reproduïr. M'hi identifico completament, ademés de dir-ho millor del que jo ho hagués pogut dir.

dimarts, 27 d’octubre del 2009

El feminismo en la Modernidad y sus derivaciones postmodernas

Para finalizar el máster en Práctica Filosófica y Gestión social que cursé en la Universidad de Barcelona redacté un trabajo en el que hablo de postmodernismo y feminismo, sobre todo basándome en la obra de Ken Wilber y su filosofía integral. Copio algunos framentos que tienen que ver con la masculinidad y la política

La separación de las tres esferas que trajo la Ilustración, tal como hemos explicado al inicio, entre otras cosas liberó la esfera biológica de la política. Por tanto, y por primera vez en la historia, se abrió un discurso de liberación de la mujer. Antes de Mary Wollstonecraft u Olympia de Gouges, primeras autoras feministas de finales del s. XVIII, la mujer tenía su destino definido por la naturaleza de su sexo. Al diferenciar estas esferas no hubo pues ninguna razón para que las mujeres no pudieran entrar en el mundo de la acción pública. El derecho a las cosas empezó a sustituir al poder que hasta entonces regía. Fue un avance indiscutible que las mujeres asumieran la acción cultural en el nuevo mundo diferenciado, un derecho que antes no había sido impedido porque, simplemente, no tenia sentido al no estar diferenciadas esas tres esferas de la modernidad. Las mujeres como agentes históricos sólo pudieron emerger con esa diferenciación; antes, ese rol sólo caía en el hombre como padre-patriarca, con lo cual podemos hablar de una co-emergencia, paralela a otros movimientos de emancipación política como los movimientos antiesclavistas, democráticos, etc.

Actualmente hay al menos una docena de grandes escuelas feministas (liberal, socialista, ecológica, espiritualista, anarquista, lesbiana, marxista, cultural, constructivista, la centrada en el poder, etcétera). De modo que, a pesar de lo que afirman ciertas feministas, no existe el menor consenso sobre la “voz” característica de la mujer.

Habitualmente los investigadores se refieren a las diferencias biológicas con el término sexo y a las culturales con el término género. Sin embargo, muchas veces se cae en dos errores. El primer error (frecuente entre los conservadores) es creer que las cuestiones de género están determinadas por las diferencias de sexo, por tanto hablar de biología es casi como hablar de destino. El segundo es concluir que las diferencias de género son meras construcciones culturales.

Hay algunas feministas que sostienen que entre ambos sexos hay diferencias insalvables. Al igual que los sociobiólogos, se centran en importantes aspectos del fundamento biológico de la diferencia entre sexos. La investigación intercultural ha demostrado que no hay nada “androcéntrico” en las diferencias de sexo: el valor real ligado a esas diferencias de sexo varía de cultura a cultura. Las nuevas investigaciones en antropología, tanto feminista como ortodoxa, subrayan la importancia de estos factores (por ej. la mujer pare y el hombre tiene más fuerza física) a la hora de explicar los diferentes roles en la esfera privada y productiva, cuando la explicación basada en la teoría de la imposición se reveló como falsa (aunque en España algunos no se han enterado).

En el otro extremo nos encontramos con el constructivismo cultural, que ha aportado profundas comprensiones a las pautas intersubjetivas dentro de las cuales se encuentran hombres y mujeres. Sin embargo, algunos feminismos, siguiendo la tendencia postmoderna expuesta anteriormente, han llegado a absolutizar esa perspectiva constructivista negando los otros enfoques feministas y científicos, con lo cual, al no poder reconocer su influencia acaban atribuyéndola a la opresión. Así, llegan concluir que hasta las diferencias de función biológica son fruto de la imposición de una ideología masculina[1] que se pierde en la noche de los tiempos. Éste enfoque, llevado al extremo, define a las mujeres como moldeadas por otro (precisamente la misma definición que pretenden superar), y a los hombres como opresores de una u otra especie


[1] Si todas las diferencias fueran meras construcciones culturales arbitrarias, entonces el embarazo y la lactancia serian resultado de una confabulación del patriarcado

dijous, 22 d’octubre del 2009

La teoría de la imposición

Para finalizar el máster en Práctica Filosófica y Gestión social que cursé en la Universidad de Barcelona redacté un trabajo en el que hablo de postmodernismo y feminismo, sobre todo basándome en la obra de Ken Wilber y su filosofía integral. Copio algunos framentos que tienen que ver con la masculinidad y la política

Tanto los investigadores ortodoxos como las feministas están de acuerdo en que, prácticamente en todas las culturas, el poder de los sexos ha sido repartido asimétricamente. Ha habido algunas sociedades más o menos igualitarias (sobre todo las hortícolas basadas en la azada) y otras en las que dominaban los hombres, pero jamás al revés, a saber: sociedades de dominio femenino en los campos público/productivos.

Ante la pregunta “¿Por que las mujeres no han sido superiores a los hombres en su acceso a los recursos naturales escasos?”, ciertas corrientes feministas postmodernas recurren a la “teoría de la imposición”: porque los hombres han sido muy, muy malos, astutos y violentos, de ahí la histórica minusvaloración de las mujeres. Otras feministas que estudian el poder, como Janet Chafetz[1], responden señalando que esa minusvaloración se dio porque ellas no se especializaron en los roles del sector público/productivo, que siempre ha sido más valorado. Y a continuación se hace la pregunta crucial: ¿Por qué las mujeres, como categoría, nunca se especializaron en los roles público/productivos? Su investigación sobre esa diferencia en la asignación de roles ofrece una respuesta basada en razones de eficiencia, sustentada en parte en hechos biológicos (mayor fuerza de los varones, por ej. al manejar el arado). Los datos que aportan Chafetz y otros colegas son que, en situaciones de amenazas, desastres o escasez, la fuerza física de los hombres pasa a valorarse mucho y los sexos se polarizan espectacularmente. Esto comporta una enorme tensión ambos (de hecho Chafetz asegura que los hombres lo tienen peor, ya que sólo ellos son los responsables de la defensa). Acudir a la opresión como explicación causal de estas diferencias es inadecuado y deficiente en casi todos los aspectos, pues entre otras cosas, no encaja en la curva de datos de las investigaciones de diferentes culturas en diferentes modos de producción[2].

En otras palabras, la polarización de los sexos, en la que los hombres dominan la esfera público/productiva y las mujeres la privada/reproductiva para detrimento de ambos, no tiene tanto que ver con la opresión masculina y la subyugación femenina sino con la vida en la biosfera. Con la diferenciación entre la biosfera y lo que algunos autores llaman la noosfera (emergencia de la cognición humana que transforma la biosfera), reforzada por la revolución científica y la Ilustración, las constantes biológicas no se eliminaron pero quedaron subordinadas a esta emergencia superior: la biología ya no determina el destino, como señaló Simone de Beauvoir. El status público de hombres y mujeres queda liberado del condicionamiento biosférico. En la biosfera, el poder crea el derecho, y el status sigue a la función física. En la noosfera, el derecho crea el poder, y el status es consecuencia de los derechos de los individuos libres. Este derecho no es que previamente hubiera sido reprimido, sino que antes no tenia sentido. Que la mujer no fuera productora de alimentos en el mundo biosférico podía condicionar gravemente su status e incluso su vida, sin embargo que ahora produzca o no alimentos en la esfera público/productiva es irrelevante respecto de los derechos que como sujeto tiene en la noosfera, una situación revolucionaria y sin precedentes.

El feminismo ha tenido que vérselas con una paradoja que la hipótesis de la imposición, sustentada por sus corrientes más acientíficas, contribuyó a embrollar: Las mujeres contemporáneas están preparadas y por supuesto aún es necesaria la liberación de estructuras y legislaciones arcaicas y opresivas, pero no es que previamente las mujeres actuasen de forma no-liberada y engañadas. La aparición de los movimientos de liberación sólo fue posible a partir del s. XVIII con la Ilustración y la separación de las tres esferas antes mencionadas, y estos movimientos no surgieron tanto para deshacer un estado de cosas viciado que hubiera podido ser diferente sino que señaló la aparición un estado de cosas totalmente nuevo que no tenía precedentes. Que antes de esas fechas no hubiera habido ningún movimiento femenino no se explica porque las mujeres tuvieran el cerebro lavado o fueran sumisas, sino porque la liberación de la mujer –entendida por el feminismo clásico en el sentido de la mujer como agente libre- carecía de significado mientras no estuvieran claramente diferenciadas la biosfera de la noosfera, en primer lugar, y el Estado y la esfera económica en segundo. Sólo en ese momento, y no antes, los derechos de las mujeres como agentes libres tenía sentido y deseabilidad. Allá donde surgió la racionalidad pluralista gracias a la Ilustración, el derecho empezó a reemplazar las relaciones sociales basadas en el poder (esclavitud, servidumbre, etc.), las cuales empezaron a verse como problemáticas e intolerables. Antes, el poder era ganado o tomado, su problema era como ejercerlo, no como compartirlo. Por ejemplo, para la ética de un guerrero, la compasión era debilidad. No es que el valor de la compasión universal estuviera reprimido, es que no era visto, no había emergido.


[1] JANET CHAFETZ, Sex and advantage. Totowa, N.J. 1984. Rowman & Alanheld.

Citado por KEN WILBER Sexo, ecología, espiritualidad. Ed. Gaia. Madrid. 2ª ed. Revisada 2005. Pgs 449 y ss.

[2]. “Estas teorías de la opresión están basadas en conceptos vagamente definidos y a menudo propensos a ser manipulados, tales como el “patriarcado”, la “subordinación femenina” y el “sexismo”. El uso de términos tan llenos de connotaciones emocionales y tan poco claros, típicamente combinados con un planteamiento normativo del tema de la desigualdad entre los sexos, tiene como resultado un máximo de retórica pero un mínimo de visión clara” CHAFETZ Op. Cit.

dimecres, 14 d’octubre del 2009

El feminismo del resentimiento

Para finalizar el máster en Práctica Filosófica y Gestión social que cursé en la Universidad de Barcelona redacté un trabajo en el que hablo de postmodernismo y feminismo, sobre todo basándome en la obra de Ken Wilber y su filosofía integral. Copio algunos framentos que tienen que ver con la masculinidad y la política

La teoría de la imposición ha fracasado en explicar los datos disponibles sobre el cambio de las estructuras matrifocales o bifocales-igualitarias (habitualmente hortícolas basadas en la azada), a las patriarcales (basadas en el arado y el caballo). No obstante ésta es la teoría central de lo que podemos denominar feminismo del resentimiento.

Ese feminismo intenta definir a las mujeres como víctimas impotentes de la “imposición masculina”, a diferencia de las corrientes más actuales o el “feminismo del poder” que se niegan a ver a las mujeres como subyugadas y las ven como co-creadoras iguales, bajo las circunstancias dadas, de las diversas formas de interacción social.

Desde el principio las feministas han tenido que enfrentarse con la paradoja de que mujeres de otros tiempos y lugares –las “Bernarda Alba”, por ej.- elegían valores ajenos a la liberación, unos valores que no encajaban con su propia herencia liberal ilustrada. En consecuencia, la elección de estos valores “no-feministas” se atribuyó a una fuerza externa (y no a una elección deliberada co-creada por las mujeres frente a la dificultad de las circunstancias). Postular esta fuerza externa, la teoría de la imposición, definió a la mujer como moldeada por el Otro, que les lavó el cerebro y las sometió por la fuerza. Se asumió que este Otro malévolo era el Hombre Genérico y se puso en marcha en los departamentos universitarios de los Gender Studies los miles de Estudios sobre la Opresión con el extraño fin de devolver a las mujeres el poder, definiéndolas, en primer lugar, como impotentes.

La visión de la historia, según este feminismo del resentimiento, es que la mujer es la Víctima Eterna, y ya es hora de devolverle el poder. Sin embargo, al definirlas como moldeadas por el Otro lo que hacen es disolver su poder, y en lugar de estudiar como hombres y mujeres co-crearon los estadios previos del desarrollo, rebuscan en la historia una respuesta sólo para mujeres. Como desde su ideología no la encuentran, esa falta de respuesta no puede ser lo que las mujeres “realmente” quieren y se debe adscribir a la opresión masculina, sustrayéndola así de las mujeres. Estos planteamientos, pretendiendo dar poder a las mujeres, por definición las priva de él, y el feminismo del resentimiento cae en interminables círculos de impotencia intentando recuperar un poder que primero han tenido que ceder. A las feministas victimistas les cuesta mucho asumir la responsabilidad de su propia historia y elecciones. Se puede comprender que cueste asumir responsabilidad por un estado –el de las mujeres actualmente- que aún dista mucho de ser deseable. Pero la cura no reside en la recuperación de un pasado previo al patriarcado presentado a través de una ideología de culpabilidad, sino en apoyar una emergencia que aún se resiste. El “enemigo” no es algo que los hombres hicieron ayer a las mujeres, sino algo que una evolución aún insuficiente hizo a ambos.

dijous, 8 d’octubre del 2009

Del pluralismo postmodernista a la fragmentación narcisista

Los ejemplos del feminismo del resentimiento con su teoría de la imposición forman parte de una tendencia favorecida por ciertas corrientes postmodernistas que podríamos calificar de esencialistas. Hemos comentado cómo el postmodernismo puso luz en grupos y visiones no tenidas en cuenta anteriormente con el resultado de un pluralismo más abarcador y democrático. Sin embargo éste pluralismo puede degenerar en una regresión etnocéntrica que viene a decir que no se puede hablar de los negros si no eres negro, que hay que ser una mujer para saber cualquier cosa de las mujeres, lo mismo que de los gays o de los emigrantes. En otras palabras, formar parte de un grupo es una experiencia que en primer lugar te separa de los que no están en él y sólo te une a sus miembros, en segundo lugar asumes que tus triunfos y fracasos en la vida son una versión de las luchas de tu grupo –lo personal es político-, y en tercer lugar mantienes que tu grupo tiene intereses que han sido dejados de lado o ha sido directamente agredido, por tanto hay que cambiar como se ve el grupo desde fuera. Esta aceptación parece que debe conseguirse condenando y culpando al grupo al cual se busca su aceptación. Es la emergencia de lo políticamente correcto, que tantos estragos ha causado en los campus norteamericanos[1] –y no solamente allá.
Este esencialismo se inscribe en una tendencia aún más amplia de nuestra sociedad que se puede denominar como la cultura de la queja, la excusa del abuso o la victimitis. Consiste en tomar el modelo de las tragedias de las víctimas reales (esclavitud, discriminación sexual, delincuencia…) para aplicarlo al más ligero insulto al hipersensible ego del miembro del grupo. El resultado es vindicar que uno no es responsable de sus propios problemas, ya que es una víctima (aunque si voy a reprochar a otro de mis problemas, ése sí que debe ser responsable de lo que hace, si no se puede empezar el juego). El estatus de víctima otorga muchas ventajas, básicamente ser acreedor de derechos especiales, es decir: derechos sin deberes. El problema de ese juego es que si se supera este estatus entonces se pierden esos derechos, con lo cual conviene seguir eternamente en la situación de víctima. La denegación crónica de responsabilidades que practica cierto postmodernismo, lejos de aliviar la baja auto-estima de la víctima, asegura su perpetuación como tal.

La forma más fácil y rápida de asegurarse derechos especiales es pues la de competir por un estatus encubierto de víctima, porque esto permite al grupo victimizado reclamar compensaciones sin dar previamente (porque ya ha sufrido tanto…), de ahí la gran popularización de la cultura de la queja o la victimitis. Dondequiera que haya víctimas tiene que haber forzosamente victimarios u opresores. Al principio de esta reivindicación gratuita de derechos sin deberes, la provisión de compensaciones venía del hombre blanco heterosexual y todos los grupos se abastecían de él para declararse su víctima. Sin embargo este proveedor ya se ha agotado y fragmentado: dentro de los hombres blancos ya hay muchos grupos que están compitiendo por obtener derechos especiales bajo el estatus de víctimas: los drogadictos, los discapacitados, los padres divorciados, los bajitos, los gordos, los maltratados en su infancia… se acabó la reserva de los tipos malos. Una nación de oprimidos sin que queden ya opresores. Parece ser que todo el mundo ha victimizado a todo el mundo y todos piden derechos especiales para protegerse de los demás. Una fragmentación que amenaza con una fractura social cuando es la misma sociedad la única que puede asegurar y proteger los derechos de todos.
La sociedad premoderna solía culpabilizar a la víctima, el postmodernismo extremo la crea. Cuando encuentra cualquier clase de disparidad entre las personas, asume que esas diferencias tienen que haber sido impuestas por alguna fuerza vengativa u opresora. Por supuesto que hay este tipo de fuerzas, la filosofía ha dado buena cuenta de ellas los tres últimos siglos, pero no toda diferencia es atribuible a unas fuerzas opresoras. Este postmodernismo falla en diferenciarlo y por lo tanto no le queda más que recurrir al binomio opresor/víctima para poder explicar la realidad social.



[1] Alan Charles Kors and Harvey A. Silverglate The Shadow University: The Betrayal of Liberty on America’s Campuses. Free Press, 1998

dissabte, 3 d’octubre del 2009

Del pluralismo al etnocentrismo relativista

El pluralismo universal y los movimientos por la diversidad cultural tienen un noble objetivo: valorar a todas las culturas y grupos bajo la misma luz. La mayoría de las corrientes del postmodernismo, que alcanzaron su auge con la generación del baby-boom, lucharon contra la desigualdad y las tendencias marginadoras tanto del absolutismo premoderno como de la fría racionalidad objetivadora moderna. Algunos califican este avance indiscutible como una evolución de la conciencia hasta un estadio post-formal (más allá del último estadio de Piaget). Al destacar el importante rol del contextualismo, el pluralismo y las perspectivas múltiples corrigieron muchas de las insuficiencias de la mitología feudal y la racionalidad ilustrada. Así surgieron los discursos que ponían luz en el racismo, el sexismo, el falocentrismo, el colonialismo, el androcentrismo, el especismo, el logocentrismo y otras críticas que se han revelado imprescindibles para consolidar los derechos de las personas.

Sin embargo estas características del pluralismo han estimulado el nihilismo parasitario que critica todos los discursos como perspectivas (ocultando la suya) y el narcisismo emocional hiperindividualista de “a mi nadie me dice lo que tengo que hacer. Conozco mis derechos, (olvido mis responsabilidades)”. Si toda verdad es relativa y moldeada culturalmente, entonces ninguna es vinculante ni tiene poder sobre nada. Bajo este paraguas han encontrado cobijo toda clase de impulsos narcisistas, premodernos y etnocéntricos (“mi grupo y nuestros derechos, los demás que se jodan”).

Lo curioso es que ese pluralismo no es una postura con la que estén de acuerdo todas las culturas, al contrario: la mayoría de las culturas premodernas y las etnocéntricas no lo reconocen y se oponen a él. La paradoja está que en nombre de ese pluralismo se aliente el etnocentrismo exclusivista apelando a un relativismo que niega todas jerarquías de dominación excepto la de su propio grupo.

Desde esta fragmentación exclusivista, en nuestro caso bajo la perspectiva del feminismo del resentimiento, es desde donde se construyen discursos en que se usan las herramientas del postmodernismo con el aparente noble objetivo de defender los derechos de las mujeres. Esos derechos se invocan para protegerse del Hombre como Opresor inveterado –si no en acto, siempre en potencia- pero su vindicación exclusivista y excluyente de hecho está avalando la privación de derechos fundamentales de otros, especialmente de los niños, y por tanto apoyan situaciones gravísimas de maltrato que quedan invisibilizadas