dijous, 22 d’octubre del 2009

La teoría de la imposición

Para finalizar el máster en Práctica Filosófica y Gestión social que cursé en la Universidad de Barcelona redacté un trabajo en el que hablo de postmodernismo y feminismo, sobre todo basándome en la obra de Ken Wilber y su filosofía integral. Copio algunos framentos que tienen que ver con la masculinidad y la política

Tanto los investigadores ortodoxos como las feministas están de acuerdo en que, prácticamente en todas las culturas, el poder de los sexos ha sido repartido asimétricamente. Ha habido algunas sociedades más o menos igualitarias (sobre todo las hortícolas basadas en la azada) y otras en las que dominaban los hombres, pero jamás al revés, a saber: sociedades de dominio femenino en los campos público/productivos.

Ante la pregunta “¿Por que las mujeres no han sido superiores a los hombres en su acceso a los recursos naturales escasos?”, ciertas corrientes feministas postmodernas recurren a la “teoría de la imposición”: porque los hombres han sido muy, muy malos, astutos y violentos, de ahí la histórica minusvaloración de las mujeres. Otras feministas que estudian el poder, como Janet Chafetz[1], responden señalando que esa minusvaloración se dio porque ellas no se especializaron en los roles del sector público/productivo, que siempre ha sido más valorado. Y a continuación se hace la pregunta crucial: ¿Por qué las mujeres, como categoría, nunca se especializaron en los roles público/productivos? Su investigación sobre esa diferencia en la asignación de roles ofrece una respuesta basada en razones de eficiencia, sustentada en parte en hechos biológicos (mayor fuerza de los varones, por ej. al manejar el arado). Los datos que aportan Chafetz y otros colegas son que, en situaciones de amenazas, desastres o escasez, la fuerza física de los hombres pasa a valorarse mucho y los sexos se polarizan espectacularmente. Esto comporta una enorme tensión ambos (de hecho Chafetz asegura que los hombres lo tienen peor, ya que sólo ellos son los responsables de la defensa). Acudir a la opresión como explicación causal de estas diferencias es inadecuado y deficiente en casi todos los aspectos, pues entre otras cosas, no encaja en la curva de datos de las investigaciones de diferentes culturas en diferentes modos de producción[2].

En otras palabras, la polarización de los sexos, en la que los hombres dominan la esfera público/productiva y las mujeres la privada/reproductiva para detrimento de ambos, no tiene tanto que ver con la opresión masculina y la subyugación femenina sino con la vida en la biosfera. Con la diferenciación entre la biosfera y lo que algunos autores llaman la noosfera (emergencia de la cognición humana que transforma la biosfera), reforzada por la revolución científica y la Ilustración, las constantes biológicas no se eliminaron pero quedaron subordinadas a esta emergencia superior: la biología ya no determina el destino, como señaló Simone de Beauvoir. El status público de hombres y mujeres queda liberado del condicionamiento biosférico. En la biosfera, el poder crea el derecho, y el status sigue a la función física. En la noosfera, el derecho crea el poder, y el status es consecuencia de los derechos de los individuos libres. Este derecho no es que previamente hubiera sido reprimido, sino que antes no tenia sentido. Que la mujer no fuera productora de alimentos en el mundo biosférico podía condicionar gravemente su status e incluso su vida, sin embargo que ahora produzca o no alimentos en la esfera público/productiva es irrelevante respecto de los derechos que como sujeto tiene en la noosfera, una situación revolucionaria y sin precedentes.

El feminismo ha tenido que vérselas con una paradoja que la hipótesis de la imposición, sustentada por sus corrientes más acientíficas, contribuyó a embrollar: Las mujeres contemporáneas están preparadas y por supuesto aún es necesaria la liberación de estructuras y legislaciones arcaicas y opresivas, pero no es que previamente las mujeres actuasen de forma no-liberada y engañadas. La aparición de los movimientos de liberación sólo fue posible a partir del s. XVIII con la Ilustración y la separación de las tres esferas antes mencionadas, y estos movimientos no surgieron tanto para deshacer un estado de cosas viciado que hubiera podido ser diferente sino que señaló la aparición un estado de cosas totalmente nuevo que no tenía precedentes. Que antes de esas fechas no hubiera habido ningún movimiento femenino no se explica porque las mujeres tuvieran el cerebro lavado o fueran sumisas, sino porque la liberación de la mujer –entendida por el feminismo clásico en el sentido de la mujer como agente libre- carecía de significado mientras no estuvieran claramente diferenciadas la biosfera de la noosfera, en primer lugar, y el Estado y la esfera económica en segundo. Sólo en ese momento, y no antes, los derechos de las mujeres como agentes libres tenía sentido y deseabilidad. Allá donde surgió la racionalidad pluralista gracias a la Ilustración, el derecho empezó a reemplazar las relaciones sociales basadas en el poder (esclavitud, servidumbre, etc.), las cuales empezaron a verse como problemáticas e intolerables. Antes, el poder era ganado o tomado, su problema era como ejercerlo, no como compartirlo. Por ejemplo, para la ética de un guerrero, la compasión era debilidad. No es que el valor de la compasión universal estuviera reprimido, es que no era visto, no había emergido.


[1] JANET CHAFETZ, Sex and advantage. Totowa, N.J. 1984. Rowman & Alanheld.

Citado por KEN WILBER Sexo, ecología, espiritualidad. Ed. Gaia. Madrid. 2ª ed. Revisada 2005. Pgs 449 y ss.

[2]. “Estas teorías de la opresión están basadas en conceptos vagamente definidos y a menudo propensos a ser manipulados, tales como el “patriarcado”, la “subordinación femenina” y el “sexismo”. El uso de términos tan llenos de connotaciones emocionales y tan poco claros, típicamente combinados con un planteamiento normativo del tema de la desigualdad entre los sexos, tiene como resultado un máximo de retórica pero un mínimo de visión clara” CHAFETZ Op. Cit.

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