dissabte, 3 d’octubre del 2009

Del pluralismo al etnocentrismo relativista

El pluralismo universal y los movimientos por la diversidad cultural tienen un noble objetivo: valorar a todas las culturas y grupos bajo la misma luz. La mayoría de las corrientes del postmodernismo, que alcanzaron su auge con la generación del baby-boom, lucharon contra la desigualdad y las tendencias marginadoras tanto del absolutismo premoderno como de la fría racionalidad objetivadora moderna. Algunos califican este avance indiscutible como una evolución de la conciencia hasta un estadio post-formal (más allá del último estadio de Piaget). Al destacar el importante rol del contextualismo, el pluralismo y las perspectivas múltiples corrigieron muchas de las insuficiencias de la mitología feudal y la racionalidad ilustrada. Así surgieron los discursos que ponían luz en el racismo, el sexismo, el falocentrismo, el colonialismo, el androcentrismo, el especismo, el logocentrismo y otras críticas que se han revelado imprescindibles para consolidar los derechos de las personas.

Sin embargo estas características del pluralismo han estimulado el nihilismo parasitario que critica todos los discursos como perspectivas (ocultando la suya) y el narcisismo emocional hiperindividualista de “a mi nadie me dice lo que tengo que hacer. Conozco mis derechos, (olvido mis responsabilidades)”. Si toda verdad es relativa y moldeada culturalmente, entonces ninguna es vinculante ni tiene poder sobre nada. Bajo este paraguas han encontrado cobijo toda clase de impulsos narcisistas, premodernos y etnocéntricos (“mi grupo y nuestros derechos, los demás que se jodan”).

Lo curioso es que ese pluralismo no es una postura con la que estén de acuerdo todas las culturas, al contrario: la mayoría de las culturas premodernas y las etnocéntricas no lo reconocen y se oponen a él. La paradoja está que en nombre de ese pluralismo se aliente el etnocentrismo exclusivista apelando a un relativismo que niega todas jerarquías de dominación excepto la de su propio grupo.

Desde esta fragmentación exclusivista, en nuestro caso bajo la perspectiva del feminismo del resentimiento, es desde donde se construyen discursos en que se usan las herramientas del postmodernismo con el aparente noble objetivo de defender los derechos de las mujeres. Esos derechos se invocan para protegerse del Hombre como Opresor inveterado –si no en acto, siempre en potencia- pero su vindicación exclusivista y excluyente de hecho está avalando la privación de derechos fundamentales de otros, especialmente de los niños, y por tanto apoyan situaciones gravísimas de maltrato que quedan invisibilizadas

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